UN MODELO EN CRISIS

Muchas personas se entusiasman cuando ven la ciudad de Panamá llena de edificios que se elevan hacia el cielo, todos de vidrio y acero, con diseños atrevidos. Estructuras que, precisamente por su concepto, no cuentan con ventanas. Además, su iluminación nocturna impresiona cuando se aprecian las fotografías y videos.

A mí, sin embargo, me causan tristeza. Encerramos las calles, se corta la brisa marina, se obstruye la vista del paisaje... Pero hay algo más profundo que me preocupa.

La cantidad de energía que consume ese parque de edificios en acondicionadores de aire, ascensores e iluminación interna y externa; el que hayan sido plantados en una ciudad no preparada ni diseñada para la concentración de personas y vehículos que provocan y sin el sistema de alcantarillado adecuado en el área. ¿Cómo, en una crisis energética como la actual, se puede economizar energía en estos rascacielos en los que no hay entrada de luz ni de aire?

Y es que me parece que los panameños estamos "apantallados" con la ilusión de ser otra Nueva York o "la Dubai de América". La muletilla del primer mundo es una cantaleta que nos dan diariamente como pastillita dulce y tanto que nos la hemos creído.

Hace mucho tiempo quedó claro que el planeta no soportaría que todos reprodujésemos el modelo de desarrollo industrial y mercantil del llamado primer mundo. La crisis energética que estamos viviendo no es solo una consecuencia del cambio climático (del que todos somos responsables) sino también una muestra de lo que pasaría si no somos capaces de encontrar fuentes alternas de energía y, sobre todo, si no detenemos este modelo de desarrollo que es totalmente agresivo y dañino contra el ambiente del cual precisamente depende absolutamente.

Este modelo nos exige construir hidroeléctricas (usar el agua) para generar energía para mover el enclave económico de la Ciudad de Panamá, mientras el resto de la ciudad (y buena parte del país) carece de agua potable. La ciudad del consumo y la ausencia de una cultura de disposición de los desechos continúa envenenando las aguas, destruyendo manglares, acaparando tierras para cubrirlas de cemento y arrasando con los ecosistemas.

Dios nos ilumine y mueva nuestras conciencias para entender que debemos despojarnos del egoísmo y mirar el desarrollo con visión de comunidad y de respeto por la Creación y por el futuro de nuestros hijos.