Montado en el caballo de mi ego y mi soberbia, había cabalgado por años como un huno, arrasando a mi paso con los sentimientos de muchas personas y, además, justificando mis actos en el argumento relativista de la "libre voluntad de las partes". Además, exigiendo a quienes me amaban (entre ellos mis hijos) una rectitud y coherencia de la que yo mismo no era capaz.
Pero ese día, de pronto, como cuando abres la puerta del armario y los trastes mal arrimados se desploman sobre ti, sentí que la vida me pasaba factura. Y tal como nos cuentan tantas personas, mi vida me pasó por delante como una película, pero especialmente los episodios de mi infancia, en los que mi padre nos llevaba de la mano a la Iglesia. Recordé con cuánta emoción aprendí a escuchar la Palabra de Dios junto a él y cuántos testimonios compartió con nosotros de la presencia de Dios en su vida. Recordé también cómo el dolor causado por lo que hoy llaman "bulling" me fue llevando poco a poco a buscar el placer, cada vez más egoísta, como vía de escape, hasta terminar lanzándome a los brazos del mundo.
También fui recordando cómo, en muchas ocasiones, justo antes de actuar, un pensamiento pasaba por mi mente: "¡qué estás haciendo!". Entendí entonces que eran las constantes advertencias y llamadas de mi Padre Celestial. Y ahí caí de rodillas, hundido en un charco de lágrimas y moco, como el hijo despilfarrador en el fango de los cerdos. ¡Y pensé, como Sara, en quitarme la vida! Y así como Sara pensó en su pobre padre, yo pensé en mis pobres hijos, cargando con el dolor para siempre de la absurda partida de su padre. Entonces, como Sara y Tobit, le pedí a Dios que me sacara de este mundo porque no merecía más estar en él. No fui el hijo arrepentido pidiendo servir como peón de la hacienda de su Padre; estuve más cercano al Judas que, aterrado por su pecado, prefirió morir antes que llevar esa carga sobre sus hombros.
Fue ahí cuando escuché (literalmente) una voz que me dijo que ya Él había saldado la cuenta mucho antes de que yo siquiera fuera planeado por mis padres y que ahora, en lugar de huir, me tocaba levantarme y caminar. Y así, en medio del estupor y una inmensa felicidad, las lágrimas de dolor se transformaron en llanto de alegría y agradecimiento a Jesús por permitirme vivir la experiencia del Padre Misericordioso en mi propia existencia. Eso me dio la fuerza y la determinación para obedecer por amor y gratitud ese mandato y asumir el camino de vuelta a la casa del Padre, afrontando mis responsabilidades, entre ellas la de construir una nueva vida en Cristo.
Comparto con todo el que necesite, como Tobit, que el Señor le sane, esta hermosa canción que me regalo mi hermanita Jacqueline Benson, como todas las mañanas, por whatsapp: "Sáname", interpretada por Rafael Moreno.
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