A los que somos más o menos "temperamentales", nos cuesta responder moderadamente cuando nos sentimos agredidos, atacados, ofendidos. Pero lo peor es que usualmente justificamos nuestra respuesta agresiva diciendo que tenemos derecho, que primero fue el otro, que lo que el otro hizo no está bien, o simplemente que yo soy así... ¡y punto! ¡Sanseacabó! (como diría Mafalda).
Las expresiones desafortunadas, soeces e insultantes contra nuestro país y nuestro pueblo de algunas personas extranjeras que han pecado gravemente de desagradecidas, han provocado que miles de panameños, quienes probablemente no suelen salir a la calle a protestar ante las irregularidades y abusos de las autoridades o ante las injusticias sociales, se hayan volcado impulsivamente a las redes sociales a despotricar contra los "extranjeros", así, generalizando, pero con un tono desmedido, descendiendo al mismo nivel del ofensor y lastimando la dignidad de muchísimas personas provenientes de otros países que, por distintas razones, se han asentado en nuestro territorio y no merecen leer y escuchar tanto veneno vertido en las redes.
Mirando el hecho desde nuestra fe, resulta curioso (quizás sea un signo) que este escándalo se produzca justamente en plena Cuaresma. Las citas evangélicas de estos días nos hablan del amor a los enemigos, de orar por ellos, de no responder violencia con violencia. Y no han sido pocos los hermanos cristianos (católicos y no católicos) que han participado de este arranque de "patriotismo", pidiendo la cabeza de los infieles.
Nadie dice que no está bien que expresemos nuestra opinión y nuestro descontento por las actitudes y palabras ofensivas de quienes vienen a Panamá y se atreven a hablar mal aquí mismo del pueblo que los acoge. Pero, ¿tenemos que descender al mismo bajo nivel del otro para responder? ¿Estamos siendo justos y comedidos al expresar nuestro desagrado y repudio o estamos cayendo en la ofensa y la generalización?
La xenofobia y el racismo son sentimientos y valores negativos que históricamente han estado presentes en nuestra sociedad, aunque en niveles mucho más bajos que en otras sociedades. El hecho también histórico y determinante de nuestra posición de tránsito y la consecuente afluencia de personas provenientes de diversas latitudes nos ha ido moldeando y acostumbrando a la presencia permanente de ciudadanos de distintas etnias y religiones, conviviendo en relativa paz. Pero en pleno siglo XXI el panameño sigue diciéndole "china" a la señora de la tienda, y no pocas veces los padres y madres de familia intervienen para que sus hijos no se unan a parejas que no "mejoren la raza". No son escasos los incidentes de discriminación étnica y social en sitios públicos. ¿Será que este hecho reciente se ha convertido en una justificación deseada para poder expresar a voz en cuello estos sentimientos negativos?
"Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón" nos dice el salmo 95. Ojalá que, en lugar de justificar con arrogancia nuestra agresividad y temperamento, hagamos un alto y humildemente revisemos nuestro corazón y nuestra personalidad y asumamos el reto de la conversión. Ojalá nos comprometamos a que nuestro patriotismo se expresa a través del civismo y la honestidad. Ojalá recordemos y valoremos el aporte fundamental del sudor, la sangre y la inteligencia de tantas personas que (como mi padre) llegaron a Panamá para quedarse y para construir en comunidad la patria que tenemos hoy. Y ojalá también que aportemos todos a lo que nos une en fraternidad con todos los pueblos del mundo.
#SoyHijodeInmigrante