Marcos 9, 41-50
Así me quedaría si obedeciera literalmente lo que me dice Jesús en esta lectura. ¿Y cuando el pecado es de pensamiento? ¿Me hago decapitar?
Suena a chiste, quizás, pero es sumamente duro lo que nos plantea hoy la Palabra de Dios. Porque “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. ¡Cuántas veces no se nos va el ojo detrás del hombre o la mujer ajenos! ¡Cuántas veces no hemos agarrado algo ajeno o no hemos dado algo indebido a alguien! ¡Cuántas veces no hemos pisoteado la dignidad de alguien! Con una burla, un insulto, un chisme… O no hemos caminado hacia lugares a los que no debemos ir.
Al final, resulta que todo el mal que hacemos nace del corazón. Un corazón enfermo por muchas posible razones, generalmente ajenas a nuestra voluntad, pero que no sana porque no hemos tenido la voluntad de entregarlo al Sanador por excelencia.
Pero Jesús no nos pide que nos arranquemos el corazón. Dios nos ama tanto que envió a su Hijo a decirnos que volvamos a Él nuestros sentidos, nuestras capacidades, nuestros sentimientos, para que sea Él quien nos sane y podamos ser la sal que le de sabor a nuestra sociedad descreída y esclava del tener, del placer y del poder.
Para que podamos despertar la esperanza y la alegría de la fe en los más pobres, en los que sufren, en los enfermos… para que quien nos conozca, se sienta cerca de Jesús.
Por eso, Padre bueno, te doy gracias porque no nos tratas como merecen nuestros pecados. Porque nos invitas todos los días a arrancar de nosotros lo que nos aleja de ti y lo que daña a los demás. Danos tu Gracia, Señor, porque sin ti perdemos el rumbo. Envía a nosotros tu Espíritu Santo con su poder, para llenar nuestros vacíos, para que podamos mostrar a los demás cuánto nos amas. Te lo pido en el Nombre de Jesús, nuestro Señor.
Amén.