USTEDES SON TESTIGOS DE TODO ESTO


Con esta frase cierra el pasaje evangélico de hoy.

Los discípulos de Jesús, los 12 que Él llamó, estuvieron con Él durante 3 años. Lo vieron levantarse en las mañanas y acostarse en las noches, pues vivían en comunidad. No solo lo escucharon predicar y vieron sus milagros, sino que lo acompañaron mientras caminaba, mientras reía o lloraba, mientras comía o se enojaba. Lo vieron muchas veces retirarse a orar, hasta que le pidieron que les enseñara a orar. En fin, lo conocían, sabían quién era, cómo era, cuáles eran sus convicciones. Aun así, llegado el momento más doloroso de su misión, lo dejaron solo, se escondieron y se sintieron decepcionados, tristes, porque no entendían lo que había pasado. Incluso, vuelve resucitado a ellos, ya sin Judas, y o no lo reconocen o no dan crédito a lo que ven sus ojos. Continúan asustados, no lo pueden creer.

¿Qué hace Jesús? Primero, se muestra ante ellos, para que lo vean; es el mismo que estuvo antes con ellos, el mismo que murió en la Cruz y que ahora regresa, con todas las huellas de su pasión, pero vivo. Luego, come ante ellos; lo que tantas veces hizo con sus amigos ahora lo hace para que lo vean, lo reconozcan y acepten que está vivo.

Finalmente, les recuerda lo que ya sabían, lo que está escrito sobre él desde antiguo, para que ahora lo observen a la luz de su pasión y resurrección y con la guía del Espíritu Santo. Entonces, creyeron y fueron testigos.

Hoy nos toca a nosotros ser testigos de Jesús, más de 2 mil años después de su resurrección. No podemos ver al Jesús histórico, al hombre de barba y cabello largo que camina, habla, come y hace prodigios.  No escuchamos su voz predicando. Nos toca buscarle en los relatos de los evangelistas, en el testimonio y la enseñanza de sus seguidores a través de sus cartas y en el magisterio de la Iglesia. Solo podemos mirarlo en el pan y el vino consagrados, o en imágenes artísticas; hablarle a través de la oración, que muchas veces nos parece un monólogo.

Si para esos amigos íntimos fue tan difícil… ¿cómo puedo yo, 2 mil años después, ser su testigo? Aunque a simple vista parezca ilógico, nosotros, frente a los primeros discípulos, tenemos algo muy importante a nuestro favor: tenemos precisamente a la Iglesia, que ha preservado esos primeros testimonios, esas fuentes directas, recopilándolas en el Nuevo Testamento; la Iglesia, que ha estudiado la Palabra de Dios a profundidad durante dos siglos y la sigue estudiando, para enseñarnos desde niños los fundamentos de nuestra Fe. La Iglesia que, conducida por el sucesor de Pedro y la vocación de los Obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos comprometidos, supera las dificultades, enfrenta las tormentas y día a día, mantiene viva la Luz de Cristo en medio de las tinieblas del mundo.

Por pura gracia divina, yo tuve una experiencia personal de encuentro con Jesús que me hizo decidirme a abandonar los senderos tortuosos en los que andaba para seguirle a Él, para buscar en Él el camino, la verdad y la vida. Y esa búsqueda me trajo a la Iglesia, a un Cursillo de Cristiandad, a vivir la experiencia de poner a su servicio los talentos que me ha dado y también las sombras que aún me han seguido acompañando y que, poco a poco, Él va iluminando cada vez más. En la Iglesia he buscado la manera de seguir a Jesús, en la Iglesia me he equivocado, tropezado y hasta caído, y también en la Iglesia he vivido la decepción y el fracaso.

Pero también en la Iglesia, en la comunidad de los seguidores de Cristo, he encontrado la corrección fraterna, la amistad sincera, el apoyo y la solidaridad que me han levantado, que me animan y que me mantienen convencido de que mi Dios está vivo, presente y actuante en la comunidad y en mi vida personal.

Por eso, Padre, te doy gracias por la Iglesia que tu Hijo Jesucristo ha fundado, que es una, santa, universal y fundamentada en el testimonio y la enseñanza de los apóstoles. Gracias, porque por tu Iglesia yo, los que producimos estos audios y muchos de los que en este momento nos escuchan, podemos ser testigos de tu Amor y tu Misericordia y de la Pasión, Muerte y Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor. Y así poder decirles a quienes hoy sufren por la injusticia, por el fallecimiento de un ser querido, por las dificultades económicas o por causa de la enfermedad, que todo aquí es pasajero, que podemos confiar en Jesús y ponernos en sus manos para seguir adelante, porque Él ha ganado para nosotros el Reino de Dios y la Vida Eterna.

¡Aleluya!