Mateo 7,
21 y 24-27.
A veces, me encuentro con palabras de Jesús que pueden hacerme dudar
de que yo llegue a entrar en el Reino de los Cielos. Puedo decir que, en estos 12 años y 5 meses que han pasado desde que
el Señor rompió mi corazón de piedra con su amor misericordioso, me he alejado
de su Santa Voluntad en más de una ocasión y he hecho cosas que pueden parecer
a los ojos de mis hermanos que no soy coherente, que no vivo según lo que tanto
he predicado.
Sin embargo, leí un artículo que me ha dado mucho ánimo para continuar
esforzándome por avanzar en este camino de cumplir la voluntad de Nuestro
Padre, Dios.
El artículo nos muestra a 5 Santos de la Biblia que, estando al
servicio del Señor y habiendo recibido innumerables dones y gracias, le
fallaron a Dios.
Moisés, que ante las tantas exigencias de los judíos en el
desierto, perdió el valor y, en lugar de mostrar la Gloria de Dios como tantas
veces lo había hecho, huyó derrotado, con Aarón, a la carpa del Encuentro, como
diciendo al Señor, “ya no puedo más”.
David, un hombre elegido por Dios para ser Rey, cabal, recio, con
dominio de sí mismo, no solo deseó y poseyó a la mujer de uno de sus soldados,
sino que, además, lo envió a la muerte para quedarse con ella.
Elías, quien después de invocar la lluvia del Cielo en el nombre de
Dios para dejar en ridículo a los idólatras, huyó por miedo al castigo de la
reina Jezabel y le pidió al Señor que le quitara la vida.
¿Y en el nuevo testamento? Los propios discípulos, los 12 más
cercanos: uno lo negó, otro lo entregó, dos querían sentarse a su lado y ser
más importantes que sus compañeros, todos se escondieron a la hora de la
prueba. Y Tomás, estando ya resucitado Jesús, no creyó en el testimonio de los
otros 10 que lo vieron y escucharon entre ellos.
Por supuesto que esto no puede ser una justificación para mis malas
acciones. Todo lo contrario, la determinación de estos hombres a enmendarse, a levantarse
de su fango y seguir adelante y la misericordia de Dios para con ellos, me
dicen que no puedo rendirme, por fuertes que sean los vientos que azoten mi
barca, porque Él, que me llamó, no me abandonará si yo no lo abandono.
Por eso le pido a Dios todos los días que me limpie, que me fortalezca,
que me ayude con su Gracia para no perder la brújula y seguir amando a mis
hermanos, especialmente a esos que me han lastimado; acercando el amor de
Cristo a tantas personas que necesitan ser escuchadas, recibir un saludo
sonriente, un abrazo, un testimonio que les anime a continuar.
Ayúdanos, Padre, con la fuerza de tu ES, a mí, a mis hermanos y a quienes lean estas reflexiones, a cumplir tu Voluntad como la cumplió
Jesús, tu Hijo Santo: por amor a ti y a nuestros hermanos.
Amén.