Hna. Angelique Namaika - Ángel de los Refugiados
Mc
6, 34-44.
Una
de las cosas que me preocupa mucho del mundo de hoy es la incredulidad de las
personas hacia los demás. En mayor o menor grado, la gente a mi alrededor no
cree que pueda haber un médico dedicado, un educador entregado, un sacerdote
fiel… Y menos, un candidato honesto. Y si lo es, entonces debe ser un tonto útil
o un incapaz.
Descalificamos
a las personas; somos jueces implacables del otro. El gobierno no sirve, los
profesionales no sirven… Pero, ¿qué hacemos cuando nos piden aportar, salir de
nuestra zona de comodidad y entregarnos a una causa?
Hoy,
leyendo a San Marcos, imagino a aquellos discípulos mirando que se hace tarde y
el Maestro no para de hablar. Preocupados porque iba a oscurecer y no había
nada para alimentar a más de 5 mil personas. La preocupación por los presentes
o quizá el miedo a una agitación violenta por el hambre, los animó a acercarse
a Jesús para proponerle que los enviara a sus casas, para que tuvieran tiempo
de comprar algo en el camino.
Pero
Jesús les responde endosándoles la responsabilidad de alimentar a los
peregrinos. “Vayan a ver qué tienen ustedes para compartir.” Me imagino al
discípulo panameño refunfuñando: “hey, que le pasa a ese man, si esta es mi
comida; no he ni almorzao por ta con él en su habladera y ahora me va a pedir
que le de mi comida a la gente esa; si no alcanza ni pa mí solo, che”.
Pero
allá fueron, a ver qué podían compartir, qué tanto podían aportar para resolver
la necesidad de su prójimo… Y Jesús hizo el milagro: comieron todos hasta
saciarse y sobró pan y pescado "pa llevar".
Si
cada uno de nosotros aportara lo que tiene: una buena educación, un talento
artístico, facilidad para de palabra, capacidad de escucha, don de consejo,
capacidad de liderazgo… seguramente entre todos podríamos ayudar y animar a
tantas personas para ir construyendo un mundo mejor.
Por
eso, Señor, hoy te vuelvo a entregar mis 5 panes y 2 peces. Sabes que el polvo
del camino ha ensuciado un poco mi alforja y el alimento puede tener insectos,
arena… los pecados y las debilidades que me han alejado de ti; pero yo sé que
tú no me abandonas y, además, me sigues invitando, me sigues retando a hacer
algo por quienes me rodean.
Hoy
quiero ir, Señor, donde mis hermanos tienen hambre de consuelo, de una voz
amiga. Como Eric en El Buen Samaritano, o Ariel en el Centro San Juan Pablo II,
o las voluntarias del Oncológico o del Santo Tomás; personas que se entregan a
sí mismas, su tiempo, su conocimiento, su propia experiencia personal, para
servir a los más necesitados, a los que están enfermos y solos y que solamente
necesitan el pan del cariño para sonreír en medio de la dificultad.
Permite
que sintamos en
nuestro corazón esa convicción que solo tú puedes darnos de que, a pesar de
nuestra pobreza, tenemos mucho que dar en Tu Santo Nombre, para el bien de los
demás.
Amén.