Hoy, Jesús lee el pasaje de Isaías que anuncia al Mesías. Al terminar cierra el rollo, se sienta y, con gran serenidad, afirma: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.
Y mientras estuvo entre nosotros, encarnado, hizo eso y mucho más. Sanó enfermos, revivió muertos, perdonó pecados, transformó vidas… Y nos dejó a 12 de sus seguidores para continuar la misión.
Esa es la misión de la Iglesia hoy; es la misión del sucesor de Pedro, el Papa, y es también la misión de cada uno de nosotros, los que nos llamamos “seguidores de Jesús”.
El mundo en el que vivimos habla mucho de libertad, habla mucho de paz y amor, Y mucha gente vive intentando ser libre, pero sintiéndose esclavizada. Suicidios, abortos, venganzas, feminicidios, adicciones, pornografía, desconfianza, decepción… Dominio e imposición de naciones poderosas sobre otras más pequeñas y débiles, pero con grandes riquezas; inequidad social y económica e injusticia. Un mundo al que debemos llevar la buena noticia de Jesús, llenos del Espíritu Santo, con una palabra encarnada en nuestro testimonio de vida, en nuestra atención personal a los necesitados, a los pobres de alimento, pero también a los pobres de esperanza.
Y tenemos que hacerlo como Jesús, sin menoscabar la libertad de la persona. Proponer, no imponer; asombrar, no avasallar; permitir a cada uno vivir su propia Epifanía, en el tiempo y la misericordia de Dios.
Por eso, hoy pedimos esa gracia que el Señor regala a los que se dejan interpelar, para mantenernos siempre en misión. Porque “quién ama a Dios, ame a su hermano”. Permite, Padre Celestial que vivamos diariamente la experiencia de sabernos amados por ti, para que sea esa vivencia auténtica y profunda la que nos mueva a llevar la buena noticia a los demás.
Te lo pedimos por tu Hijo Jesucristo, N S,
Amén.