Venía a su encuentro una gran multitud...




San Marcos 3, 7-12

El pasaje de Marcos que hoy contemplamos puede parecer el relato de lo que está pasando hoy en nuestro país.

Ayer leímos que Jesús tuvo un choque con las autoridades religiosas. Todo giraba en torno a la cuestión del sábado, el Día del Señor. Jesús les enrostra su hipocresía curando al hombre de la mano paralizada y, desde ese momento, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con Jesús (Mc 3,6).

Igual hemos leído en redes sociales a tanta gente criticando sin fundamento y sin autoridad moral la realización de la JMJ en Panamá, fomentando el odio y el resentimiento contra la Iglesia y la fe.

Acto seguido, encontramos a Jesús rodeado de una multitud de gente proveniente de distintos lugares. Igualmente, ayer pasó el sucesor de Pedro, en el Santo Nombre de Jesús, por las calles de nuestra ciudad, y hubo muchísima gente en las aceras, esperando por horas, para ver pasar al querido Papa Francisco. Gente de Panamá y de distintas partes del mundo, especialmente jóvenes. Todos movidos por la personalidad cálida, la palabra amorosa, la actitud cercana del Santo Padre espiritual de los católicos, pero vocero de la necesidad de Dios que vivimos todos los hombres y mujeres, sin distingos de ninguna clase.

¡Qué contraste! Por un lado están quienes se confabulan para atacar a la Iglesia, a los sacerdotes, a los creyentes. Por otro lado, la gente sencilla que no tiene prejuicios sino que, al contrario, se lanzan llenos de confianza a buscar al que nos trae el mensaje de la paz, de la esperanza, del amor.

¿Con quién nos identificamos más? ¿Con los cultos y racionalistas que ven en los creyentes a personas ignorantes y atrasadas? ¿O con la gente sencilla que confía en Jesús, que pone en Él su esperanza, que quiere ser “curada”?

Señor Jesús, te pedimos que, como fruto de esta experiencia espiritual que estamos viviendo, nos des un corazón sencillo, como el de la gente que camina kilómetros, durante horas, para encontrarse contigo, que tienes los brazos abiertos para recibirnos; la gente que quiere encontrar en ti motivos para seguir esperando y luchando. La gente que puede reconocer ante sí los signos de la presencia de Dios y experimenta en su vida que “a Dios le gusta vivir en medio de su Pueblo”.

Amén.