Mc
5, 21-43.
Dios
tiene una manera maravillosa de actuar en nuestras vidas. Los ojos incrédulos
dirán que se trata de coincidencias, pero los ojos de la fe nos hablan de la
acción divina, las diosidencias.
Unas
horas antes de leer el pasaje que nos ofrece hoy la Iglesia para meditar, me
encontré con una buena amiga, a la que no veía desde hacía mucho. Y entre tanto
que hablamos, tocamos el tema de la Fe. Entonces, me contó de una persona,
amiga suya, que no mueve un dedo para resolver sus problemas porque está
esperando que la Misericordia de Dios lo resuelva todo.
Mi
amiga me ponía este ejemplo como lo opuesto a lo que ella considera que es la
Fe. Es una persona emprendedora, no solo en términos empresariales o
económicos, sino existencialmente hablando. Siendo católica practicante, ha
buscado caminos, maneras para conocer más de nuestra Fe, pero también para
conocerse más y mejor a sí misma y potenciar sus capacidades como esposa, como
madre, como profesional y, por supuesto, como ser humano. Y todas sus búsquedas
las ha puesto en las manos de Dios antes de empezar, pidiendo al Señor que le
de discernimiento, que limpie el camino de la maleza que pueda surgir y le vaya
orientando hacia el logro de sus objetivos. Hace, pero pone en manos de Dios su
hacer; pide a Dios, pero sin dejar de hacer su parte, lo que le corresponde.
Esa
es la fe de los dos personajes que nos presenta hoy San Marcos. Una mujer con
sangrado permanente durante 12 años, que había gastado todo lo que tenía
buscando la solución en los médicos de su tiempo, sin ningún resultado
positivo. Se siente frustrada, se cree castigada por Dios, impura, no
merecedora de hablarle al Maestro Jesús de frente. Pero no se paraliza, no se
sienta a esperar a que Él la mire; ella se levanta, se acerca, hace su esfuerzo
por llegar a Él en medio de la muchedumbre y, desde su humildad, confía en que,
con solo tocar el borde de su manto, recibirá sanidad. Y el poder de Dios actúa
y ella queda sana.
Por
otro lado, un hombre, un padre de familia, jefe de una sinagoga. A pesar de su
posición en el esquema religioso de los judíos, toma una decisión y parte de su
casa en busca de un encuentro con Jesús, para hablarle, para pedirle que vaya a
su casa y sane a su hija moribunda. Y Jesús accede a esta petición, dejando
claro que si nos ponemos a caminar en pos de Él, si le buscamos y le hablamos y
le presentamos nuestras realidades, Él nos acompañará y nos dará lo que
realmente necesitamos.
Gracias,
Señor Jesús, por hablarnos directo al corazón, por mostrarnos cómo tu Palabra
puede manifestarse en nuestro diario vivir, por enseñarnos que no debemos
permitir que ni el miedo ni la vergüenza nos paralicen. Que tú nos has dado
inteligencia, libertad y discernimiento para tomar decisiones, para asumir
compromisos, incluso para rectificar errores y ponernos en movimiento hacia ti.
Envía tu E S a sacudirnos, a sacarnos de nuestra zona de confort para salir en
pos de ti, para movernos en Fe, poniendo en tus manos nuestras decisiones y nuestro caminar, con la
certeza de que tú mirarás nuestro esfuerzo y nuestro corazón y nos darás lo que
realmente necesitamos para ser tus testigos en medio de la realidad que
vivimos.
Amén.