ESCUCHAN MI VOZ Y ME SIGUEN

Evangelio de hoy — Juan 10, 22-30




Cuando nuestro Arzobispo recorrió la ciudad llevando en alto el Santísimo Sacramento para infundir paz y esperanza al pueblo de Dios, se levantaron las voces críticas y se dijeron muchas cosas contra la Iglesia. Cuando se anunciaron los 370 nuevos contagios, hace unos días, hubo quienes se atrevieron a señalar que se debían a la actividad realizada por nuestro Pastor, pretendiendo responsabilizarlo. La aclaración de que esa era la suma de casos no reportados a tiempo durante los cuatro días anteriores al anuncio, echó por tierra las especulaciones.

La cuenta de twiter del Santo Padre Francisco está llena de veneno, vertido por enemigos de la Iglesia que están pendientes de cada mensaje del Papa para disparar contra él. Veneno que, por cierto, nadie limpia de la cuenta, asumo que para que sea la prueba fehaciente de que al Vicario de Cristo y a la Iglesia se le persigue y ataca diariamente en las redes sociales.
Hoy como ayer, a los que no son del redil del Divino Pastor no les importa cuántos sacerdotes dan testimonio de entrega al prójimo, sino cuál de ellos traiciona sus votos; no les importa cuántas obras desarrolla la Iglesia en el mundo para atender las necesidades materiales de millones de personas con enfermedades, abandonadas o en situación de pobreza y pobreza extrema. Solo repiten la cantaleta de que el Vaticano debe vender sus supuestas riquezas, que ni siquiera son de su propiedad sino patrimonio de la Humanidad, preservado por la Iglesia y las organizaciones interesadas.

Y dentro de la Iglesia, los puristas, los jueces, los que ejercen el maltrato espiritual del que habla Mons. Ulloa y quieren imponer su experiencia de fe como el único modo válido de ser católico.

Jesús nos dice que “Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.”

Señor Jesús, yo quiero ser de tus ovejas. Yo he oído tu voz y quiero seguirte. Y como yo, quienes escuchan estas reflexiones y mis hermanos que, juntos, las producimos. No tomes en cuenta, por tu Misericordia, esas caídas, esos momentos en que nos ha traicionado la soberbia, el egoísmo, la sensualidad, el oportunismo. Mira nuestro arrepentimiento sincero y nuestro deseo de servirte en nuestros hermanos. Que tu Espíritu Santo nos ilumine para no perder el rumbo y no caer en la trampa de la discusión estéril, sino que nuestras obras den testimonio de que estás vivo en tu Iglesia, con los brazos abiertos para recibir a quienes escuchen tu voz y te sigan.

 Amén.