Cuando nuestro Arzobispo recorrió
la ciudad llevando en alto el Santísimo Sacramento para infundir paz y
esperanza al pueblo de Dios, se levantaron las voces críticas y se dijeron
muchas cosas contra la Iglesia. Cuando se anunciaron los 370 nuevos contagios,
hace unos días, hubo quienes se atrevieron a señalar que se debían a la
actividad realizada por nuestro Pastor, pretendiendo responsabilizarlo. La
aclaración de que esa era la suma de casos no reportados a tiempo durante los
cuatro días anteriores al anuncio, echó por tierra las especulaciones.
La cuenta de twiter del Santo Padre
Francisco está llena de veneno, vertido por enemigos de la Iglesia que están
pendientes de cada mensaje del Papa para disparar contra él. Veneno que, por
cierto, nadie limpia de la cuenta, asumo que para que sea la prueba fehaciente
de que al Vicario de Cristo y a la Iglesia se le persigue y ataca diariamente
en las redes sociales.
Hoy como ayer, a los que no son del
redil del Divino Pastor no les importa cuántos sacerdotes dan testimonio de
entrega al prójimo, sino cuál de ellos traiciona sus votos; no les importa
cuántas obras desarrolla la Iglesia en el mundo para atender las necesidades
materiales de millones de personas con enfermedades, abandonadas o en situación
de pobreza y pobreza extrema. Solo repiten la cantaleta de que el Vaticano debe
vender sus supuestas riquezas, que ni siquiera son de su propiedad sino
patrimonio de la Humanidad, preservado por la Iglesia y las organizaciones
interesadas.
Y dentro de la Iglesia, los
puristas, los jueces, los que ejercen el maltrato espiritual del que habla
Mons. Ulloa y quieren imponer su experiencia de fe como el único modo válido de
ser católico.
Jesús nos dice
que “Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes
no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las
conozco y ellas me siguen.”
Señor Jesús, yo quiero ser de tus
ovejas. Yo he oído tu voz y quiero seguirte. Y como yo, quienes escuchan estas
reflexiones y mis hermanos que, juntos, las producimos. No tomes en cuenta, por
tu Misericordia, esas caídas, esos momentos en que nos ha traicionado la
soberbia, el egoísmo, la sensualidad, el oportunismo. Mira nuestro
arrepentimiento sincero y nuestro deseo de servirte en nuestros hermanos. Que
tu Espíritu Santo nos ilumine para no perder el rumbo y no caer en la trampa de
la discusión estéril, sino que nuestras obras den testimonio de que estás vivo
en tu Iglesia, con los brazos abiertos para recibir a quienes escuchen tu voz y
te sigan.
Amén.