¿OBLIGACIÓN O CELEBRACIÓN?

 


Reflexión sobre el Evangelio de hoy: Marcos 2, 23-28 

Dos mandamientos de la Ley de Dios son: amar a Dios sobre todas las cosas y santificar las fiestas. Estos mandatos están ligados, unidos esencialmente. El primero le da sentido al segundo, es su razón de ser. De ahí se deriva el mandamiento que nos entrega la Santa Madre Iglesia de acudir a la Eucaristía todos los domingos y días de precepto.

Cuando no amamos a Dios sobre todas las cosas, cuando no hemos tenido la experiencia personal del Amor de Dios por nosotros, solemos ir a Misa por obligación y a regañadientes. Y si no hay quien nos lleve a la Iglesia, si ya somos mayores de edad y nuestros padres no ejercen autoridad sobre nosotros, sencillamente dejamos de participar de ese maravilloso regalo que es Dios vivo entre nosotros. Nos casamos por la iglesia y bautizamos a nuestros hijos por convencionalismo, por costumbre, a lo sumo porque es algo bueno. Pero no volvemos a pisar un templo hasta que nos invite alguien por las mismas razones. 

Y si nos toca catequesis familiar para la primera comunión o la confirmación, nos sale el diablo. ¡Qué horror! ¡qué atraso! ¡Cómo me obligan a perder mi tiempo así! Varias veces me han preguntado si no hay un cura que de una charla, máximo dos… “para salir de eso rápido”. 

Cuando vivía alejado de Dios, cuando él solo era para mí un nombre, algo lejano, fuente de miedo más que de respeto, los sacramentos perdieron su sentido para mí. No fue sino hasta que los golpes y el dolor por mis errores me pusieron de rodillas ante el Señor, que pude abrir mi corazón a Él. Vivir esa experiencia personal, esa toma de conciencia de ser suyo, de que vivo por Su Voluntad y de que me ama hasta dar su vida por mí y perdonar mis pecados para que yo vuelva a empezar. Esa realidad en mi corazón es la que me mueve a celebrar en comunidad mi fe, para alabarlo, para dar gracias, para presentar mi vida ante mi Dios y para alimentarme de su Palabra, porque solo meditando en ella puede mantenerse y crecer un cambio en mi vida, porque quiero realmente llegar a esa santidad que me permita ver su rostro un día y sé que, sin su Gracia, jamás podré alcanzar esa meta.

Pero mi caminar en la Iglesia también me ha enseñado que Dios tiene su tiempo y su camino para cada uno. Que mi deber es compartir con mis hermanos mi testimonio, mi experiencia de Dios, para invitarles a vivir su propia experiencia. Pero yo no soy quién para juzgar, para imponer, para asustar a nadie… Estamos llamados a ser sembradores de la buena semilla, pero el único que cosecha es el dueño de la siembra. 

Gracias, Señor Jesús, porque es tu Espíritu Santo el que nos mueve a proclamar que tú eres Dios. Porque tú nos amaste primero, porque nos acercaste al Padre con el amor absoluto y verdadero, que me exige y me guía para mi bien. Que todo nuestro servicio en la Iglesia, en la preparación de estas reflexiones, nazca del amor a ti, de nuestra relación contigo. Porque tú quieres que te amemos y sirvamos en libertad, la Libertad que solo tú puedes darnos. 

Amén.